La oveja mansa se… farfullaba el lobo, mientras hundía sus afilados colmillos en el suave y blanco pescuezo. No es de extrañar, que su aya siempre le increpara: “En la confianza, es que está el peligro”.
Su amiga la liebre le alentó al encuentro, pero ese día en la tarde, mientras reía con la zorra dijo: ¿amigo?, amigo el ratón del queso.
Era el alma de la fiesta, y a todos alegraba su presencia; parte de su filosofía era: haz bien sin mirar a quien; jactándose además, de que recibía de todos mucho amor porque era buena. ¡Claro que esto pasó factura!, pues ser vegetariano y esperar que debido a ello el lobo no te devore, evidencia más insensatez que bondad.
Su madre lamentaba no haber legado más sapiencia, convencida de que a ella jamás le habría pasado algo semejante; pues más sabe el diablo por viejo, que por diablo.
El padre cabizbajo, solapaba su tristeza con una solemne afonía; pues siempre creyó, que se era dueño del silencio y esclavo de las palabras. No sin dejar claro al último, que el lobo debió hacerlo con él; ¡pero claro!, el cerdo no se rasca con javilla.
Su hermano nunca opinó, pues era la oveja negra; ya que, conocía muy bien la historia, de que cuando las hormigas se quieren perder, alas les suelen nacer. Convencido de que siempre que Caperucita haga el cuento, el lobo será el villano y cuando una puerta se cierra… es mejor quitar la mano.
Por: Noemí Florentino S.